Editorial

Extraña dirección para la gestión de esta era de Gobierno. Las políticas agrícolas integraron la estrategia de sustitución de importaciones priorizadas por los Kirchner que entienden que la demanda interna, abastecida por la producción local, debe ser la principal fuente de ingresos para sostener un crecimiento económico y social. De esta manera desestiman las exportaciones mediante una apertura comercial, capaz de pagar un poco más impulsando una tracción genuina en la economía que, sostenida en largo plazo se vuelve virtuosa.

Ejemplos de esta gestión son: mantener precios internos de los productos agropecuarios inferiores a los de exportación y controlar el precio de productos primarios con el objetivo de contener el de los alimentos, sin lograrlo. Así, también se generaron transferencias de ingresos. Una exportación dosificada en cupos. Altos impuestos a la exportación de productos agropecuarios, en un contexto de alta inflación.

En tal sentido se expresa una retirada en los mercados externos de trigo y carne, por ejemplo. En el último caso las consecuencias más visibles son el cierre de plantas frigoríficas, dejando miles de obreros en la calle.

La espiral viciosa, finalmente lleva a una caída en el uso de tecnologías y menor inversión que limitan la capacidad de producir. Claramente, la meta del Plan Estratégico Agroalimentario no puede ser posible en el sentido que se pretende.

El aliento a la demanda externa es un claro ejemplo de desarrollo en otros países que, sin ir más lejos basta referirnos a los limítrofes de Argentina con mercados que crecen mientras la capacidad económica local se estrecha sin pausa.